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Señor,
escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos;
oye mi clamor, mi Rey y mi Dios.
Tú no eres un Dios que ama la maldad;
ningún impío será tu huésped,
ni los orgullosos podrán resistir
delante de tu mirada.
Tú detestas a los que hacen el mal
y destruyes a los mentirosos.
¡Al hombre sanguinario y traicionero
lo abomina el Señor! |
Do.XI - B
Lu.XI-2 |