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Señor,
¡qué numerosos son mis adversarios!
¡Cuántos los que se levantan contra mi!.
¡Cuántos los que dicen de mi:
«Dios ya no quiere salvarlo»!
Pero tú eres mi escudo protector y mi gloria,
tú mantienes erguida mi cabeza.
Invoco al Señor en alta voz,
y él me responde desde su santa Montaña.
Yo me acuesto y me duermo, y me despierto tranquilo
porque el Señor me sostiene.
No temo a la multitud innumerable,
apostada contra mí por todas partes. |
Ma.XXXIII-1. |