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¡Levanto mis ojos hacia ti,
que habitas en el cielo!
Como los ojos de los servidores
están fijos en las manos de su señor,
y los ojos de la servidora en las manos de su dueña:
así miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios,
hasta que se apiade de nosotros.
¡Ten piedad, Señor,
ten piedad de nosotros,
porque estamos hartos de desprecios!
Nuestra alma está saturada de la burla de los arrogantes,
del desprecio de los orgullosos. |
Do.XIV-B
Mi.IX.2 |